miércoles, 18 de octubre de 2017

LOS BIZCOCHOS



 


  
LOS DISTINTOS TIPOS DE BIZCOCHOS Y SU UTILIZACIÓN

La palabra bizcocho proviene del latín bis (dos) y coctus (cocido) y su significado literal es «cocido dos veces». Según esta etimología, es un pan sin levadura que se cuece por segunda vez, para que se enjuague y dure mucho tiempo, y con el que se abastecían las embarcaciones en sus largas travesías en los siglos XV y XVI. Pronto pasó a significar también una masa compuesta de la flor de la harina, huevos y azúcar, delicada golosina que hoy conocemos. También significa objeto de loza o porcelana después de la primera cochura y antes de recibir el barniz o esmalte.

El bizcocho como alimento de los navegantes es la acepción más antigua. No solamente era alimento de los marineros sino también de los galeotes, y así lo expresa Cervantes en boca de un pícaro remero de las galeras: «Otra vez he estado cuatro años en las galeras y ya sé a qué sabe el bízcocho». Aquel bizcocho era muy duro, de tal modo que los galeotes veteranos esperaban con malicia ver a los novatos hincarles el diente sin antes remojarlos. Pero como no los hacían con harina fina, sino con la harina completa (el salvado), era como un pan integral.

El bizcocho como dulce es casi contemporáneo, puesto que Lope de Vega habla de él: «Celia, mira si ha quedado algún bizcocho de los que me envió el confesor». Estos fueron los llamados bizcochos de soletilla, los que hoy conocemos y que son tan agradables. Habiendo desaparecido la galleta o bizcocho de los navegantes, se les llamó de soleta o de soletilla porque tenían forma de una soleta, que era la pieza de tela con que se remendaba, en los tiempos de penuria en el vestir, la planta del pie de la media o del calcetín cuando se rompía; también es un tipo de zapato de Sudamérica. Y se llamaban así porque tenían en cierta manera la forma de la planta del pie. Estos bizcochos de soletilla los servían los artesanos sobre papel de barba.

Curiosamente, en catalán se llama melindro al bizcocho de soletilla, vocablo que procede del castellano melindre, y que en catalán significó primero delicadeza y golosina y, finalmente, estos bizcochos que acompañaban el chocolate. Sólo en Ibiza se les llama bizcochos como en castellano. La palabra melindro ya aparece en catalán a finales del siglo XVII, y en el siglo XVIII lo define el célebre barón de Maldá en su dietario.

El bizcocho de hoy es otra cosa: esponjoso, dulce, exquisito, casi como una espuma de harina. Este es el bizcocho tan clásico, frágil, gustoso y sutil como nunca que acompaña al cotidiano café con leche, a los postres cremosos, a los tradicionales chocolates, tan nuestro como el sabroso bizcocho que, según Quevedo, tomaban ya en el seiscientos las monjas en sus locutorios.

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