El soufflé, cuya fecha y particularidades de invención no se
conocen, se popularizó en la cocina del siglo XVIII y se impuso luego en la
gran cocina del siglo XIX. El gran maestro Augusto Escoffier en su «Guide
Culinaire», que apareció en 1902, y que es el compendio de toda la compleja
sabiduría del siglo XIX, describe veintitrés soufflés salados y veintiséis
soufflés dulces de postre. La palabra soufflé ha pasado al lenguaje
gastronómico español sin cambiar una letra por no haber encontrado una versión
apropiada, ya que la de Angel Muro (1892) de traducción literal «soplado» no
tuvo el menor éxito. El verbo francés souffler, que quiere decir soplar, llega
a esta lengua en el siglo XII a través de una frase de un texto bíblico,
«Esprit soufflé», que más tarde incorpora el lenguaje profano, y luego, en el
transcurso de los tiempos, el argot gastronómico.
En los diccionarios de lengua española, aparece el verbo
suflar, cuyo significado es soplar. Generalmente, los pasteleros entienden en
su argot que cuando se dice suflar o que un producto que se está elaborando
sufla es que sube y, si este término lo derivamos de la palabra soufflé, no
está mal empleado pues cuando se alude a los soufflés calientes, lo que este
producto hace en el horno es subir, aumentar de volumen o esponjar.
Otra cosa es cuando se refiere a los soufflés helados, puesto
que estos suben o sufran cuando se está haciendo la elaboración previa a su
congelación.
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